Editorial del 17 de octubre de 2009

Hace 5 meses una juez de Barcelona absolvió al segundo violador del Ensanche, Alejandro Martínez Singul, por no quedar acreditado –según ella- que fuera el individuo que se masturbó e intentó manosear a una pasajera del tren de cercanías. A la señora jueza le pareció sospechoso que la agredida tardase 12 días en denunciar y que lo hiciera tras ver una imagen del violador convicto en la televisión. La víctima lo reconoció entonces, pero la jueza creyó que actuaba movida por el prejuicio. Pues bien, esperemos que no caiga en el mismo juzgado Martínez Singul, no sea que vuelva a ser absuelto. El lunes de esta misma semana, siguió a una niña de 12 años por la calle, se introdujo en el portal tras ella y en el ascensor le exigió que le entregase lo que llevaba de valor y que se bajase los pantalones. Unos ruidos inesperados le hicieron desistir y salir corriendo. De no ser así, tendríamos otra menor violada. En todo caso, seguro que la experiencia la habrá marcado por mucho tiempo.

Recordemos que este individuo violó en los 80 a 10 mujeres y lo intentó muchas más. Le condenaron a 65 años, salió a los 16 y en los dos años que lleva fuera ya ha sido detenido 3 veces. Siempre por lo mismo. Nos preguntamos hasta cuándo la justicia española va a seguir protegiendo la voluntad de los delincuentes y no la integridad de sus víctimas. Existe la castración química pero si el violador no quiere, no se le puede aplicar. Todas las contemplaciones para el delincuente. La insensibilidad en España ante el dolor de las víctimas es sobrecogedora.


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