El País, 7 de junio de 2012
Por David Trueba
¿Quién le teme a la entrevista? ¿Por qué tanto pánico en televisión a este formato que pervive como el más clásico, limpio e imperecedero contenido del medio? Está bajo sospecha la entrevista. Tanto que a Julia Otero, que posee el don de hacer hablar a quien tiene enfrente sin apropiaciones del tiempo ni censura preventiva sobre la personalidad que quiera mostrar, le han envuelto su espacio de entrevistas con elementos que disimulen que en esencia es una conversación. Una pantalla magnífica que no cesa de arrojar imágenes de archivo, preguntas grabadas de otros personajes al invitado y una música constante que más que envolver delata el miedo al vacío, cuando el mayor vacío es el relleno.
La entrevista la temen los programadores porque la palabra es más potente aún que cualquier tontada. Pero también los entrevistados. A Montoro lo escuchamos en la radio incapaz de refrenarse incluso cuando pone en juego con sus comentarios el enderezar nuestra deuda. Temen tanto a la palabra que provocan incendios o peteneras para salir del apuro. Vargas Llosa aseguró delante de Julia Otero que las nacionalizaciones de hidrocarburos argentina y boliviana acarrearán corrupción y robo, como según su criterio provoca toda empresa en manos públicas, pero eludió juzgar el asunto Bankia. Toda buena entrevista regala más dudas que certezas: en España tenemos instituciones como la Lotería, el Canal de Isabel II, el sistema de transplantes o cientos de hospitales e instituciones educativas que jamás han dado un escándalo o han provocado el costoso rescate que muchas entidades privatizadas o empresarios sin escrúpulos nos han obligado a cubrir con recursos del país.
Julia Otero pelea por la entrevista pura y ojalá la sostengan invitados con palabra. Jordi Évole vive un momento dulce. No solo ha hecho imprescindible su programa nacido sin gran ambición, sino que mejora el espacio al que le invitan, obligación primera de todo entrevistado. El homiguero lo recibió y durante el rato más estimulante sostuvo con Pablo Motos un diálogo certero, consistente en asumir que son la generación que tiene que variar la inercia empobrecedora del país y no solo servir de relleno. No todos sus invitados dan para eso, pero a veces la confianza en la palabra regala la mejor televisión.