Artículo publicado en la sección 'Al contrataque' de la edición del día 21 de septiembre de 2012

La lengua es inocente, pero los hablantes, no. Cuando un periódico se toma la molestia de escoger una palabra como «acarrear» («los sindicalistas acarreados en autobuses») para referirse a las decenas de miles de personas que viajaron a Madrid el 15-S, está eligiendo el verbo más insultante. Se acarrean cosas o animales, nunca seres humanos. La opinión, carente a menudo del más mínimo respeto y, por tanto, escasa de actitud democrática, anda revuelta con la información de modo que el periodismo cava su tumba a marchas forzadas.

¿Cuántos catalanes fueron a la manifestación independentista de la Diada? Entre 600.000 y... un millón y medio de personas. La horquilla es lo bastante generosa como para adaptarse a todas las necesidades ideológicas. ¿Y la verdad?, se preguntarán los incautos. Pues al parecer no existe ni se la espera, es incómoda a menudo, un incordio que tiene la osadía de contradecir nuestros deseos.

Desarrollar argumentos que expliquen la realidad, cuando esta disgusta, requiere mucha más inteligencia y solvencia intelectual que adaptarla o manipularla para dar satisfacción a determinado interés. Cuando el periodismo claudica y abandona su obligación de contar los hechos como son, destruye su credibilidad y los periodistas empiezan a aparecer en los sondeos como gente tan poco de fiar, al menos, como los políticos.

¿Alguien de ustedes sabe a ciencia cierta si el paro convocado en los transportes esta semana fue seguido por un 20% de trabajadores o... un 80%? Como los datos no son opinables, se rebajan a pura hipótesis o especulación, de modo que cada vez hay menos diferencia entre la información que circula cruda por la red y aquella presuntamente contrastada por los profesionales de los medios de comunicación.

La estadística del pollo

La verdad ha perdido prestigio, es un engorro que además requiere en su búsqueda inversión y experiencia. Como dice aquel viejo adagio del periodismo inglés, la información es cara, y la opinión, barata.

Así ha ido creándose en los medios de comunicación aquello que los expertos en mercadotecnia llaman nichos, o sea, segmentos de población con ideas, deseos e intereses homogéneos. ¿Detesta usted a los sindicatos?, pues marchando una de fracaso sindical en portada. ¿Desea una España católica?, ahí la tiene, un millón de personas rezando en la misma plaza en la que los mineros pincharon, aunque parecían ocupar el mismo espacio.

No es extraño, en este escenario, que muchos políticos convoquen ruedas de prensa sin preguntas o impongan sus propias imágenes en las campañas. Si dimitimos como periodistas era previsible que nos convertiríamos en otra cosa.

Por cierto, si es usted un ciudadano crítico que compara datos y extrae conclusiones a base de hacer promedio, le recuerdo que si alguien come un pollo y otro no lo prueba, la estadística convendrá que han comido la mitad cada uno. Pero no es verdad.


Política de Privacidad Política de Cookies © 1998-2024 juliaotero.net