Artículo publicado en la sección 'Al contrataque' de la edición del día 2 de mayo de 2014

En esta misma página, mi compañero Jordi Évole confesaba el lunes estar harto de la política comunicativa de este Gobierno. Había intentado que un responsable público diera cuenta de la situación de la dependencia en España y, por supuesto, nadie se dignó. La experiencia la compartimos muchos. Es una filigrana que al poder le resulta muy eficaz: jamás concede una entrevista a según qué medios o periodistas. Ignoro cómo se transmite la orden, pero desde luego alguien la da: a fulanito o menganita, ni agua. Luego, ante la ausencia clamorosa y sistemática de miembros de ese partido en determinados espacios, argüirán con total descaro que el sectarismo es tal que ni siquiera son invitados. Trilerismo zafio, pero práctico.

Los periodistas venimos asistiendo cual corderos silenciosos a un maltrato del poder, al que incluso algunos ofrecen la coartada de la libertad. Un presidente o un ministro es libre de escoger a quién concede una entrevista, dicen, y se quedan tan a gusto. Si un individuo no quiere ser interrogado en público sobre su trabajo y gestión, hará bien en huir de cualquier cargo público, retribuido a cargo de un contribuyente del que no solo cobra sino al que dice representar. Nunca olvidaré aquella vez en que Luis del Olmo, valiente y comprometido con su oficio, tras entrevistar al Aznar de la mayoría absoluta espetó al presidente que agradecía su presencia en el estudio y le pedía que acudiese también a sentarse frente a Iñaki Gabilondo, sobre el que ya había trascendido que la Moncloa lo ninguneaba pese a conducir el programa más oído entonces de la radio española. El balbuceo y la mirada presidenciales fueron históricos. Por aquellos tiempos empezó a mascarse la miseria en la que hoy está el periodismo. El poder siempre se ha sentido más cómodo entre sábanas amigas, pero hubo un tiempo en el que asumió, por decencia democrática, que su obligación de rendir cuentas ante la ciudadanía le obligaba a dar explicaciones y a jugar ese partido unas veces en casa y otras en campo ajeno. Entre las libertades de una persona pública a la que pagamos entre todos no figura la selección interesada del intermediario -eso es, el periodista- más dócil. Solo un país de siervos consentiría tal cosa. Solo líderes mediocres e inseguros pueden sentir tal pánico escénico.

Hacerles el retrato

Estamos a punto de cortar la cinta de la próxima campaña electoral y volverá a ocurrir lo que hemos aceptado con resignación y obediencia: que los partidos escojan quién y qué mensaje nos colocan, en qué orden y con tales o cuales imágenes. Harán auténticos esfuerzos para esconder en cajones lejanos los temas proclives al patinazo o la impopularidad y nos mentirán con esa convicción que deja a cualquiera pasmado. Aunque a algunos no nos concedan entrevistas, haremos en voz alta todas las preguntas. Hay que hacerles el retrato.


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