Artículo publicado en la sección 'Al contrataque' de la edición del día 31 de enero de 2014

De cada 100 euros que se mueven en España, 25 son opacos. O sea, una cuarta parte del billón de euros anual de nuestro PIB no pasa por la taquilla de Montoro, cosa que podríamos celebrar si no fuera porque esa realidad pone la soga al cuello a los que sí pasamos por ventanilla. Como dijo una tarde inolvidable el ministro de Hacienda desde la tribuna del Congreso, hay que subir los impuestos a los que pagan para compensar los que no lo hacen. Estupendo. Eso es como meter en la cárcel a un inocente porque no se ha encontrado al culpable del delito. El caso es que el mismo caballero que decía en la oposición que «hay que bajar impuestos para subir la recaudación y no al revés» hizo el incremento impositivo más grande de la democracia en cuanto se convirtió en titular del ministerio. La respuesta a tal presión ha sido el escaqueo fiscal.

El estudio de la Universitat Rovira i Virgili y Gestha (técnicos de Hacienda) al que ayer EL PERIÓDICO dedicó la portada explica el incremento del fraude y de la economía sumergida como un daño colateral de la burbuja inmobiliaria y el aumento exponencial del paro. Se han perdido millones de empleos, pero algunos cientos de miles han pasado -o les han pasado- al lado oscuro de la economía. Son falsos desempleados. Es verdad que el español medio es un tipo amansado que grita en el bar y baja la cabeza en la calle, pero hasta con esas credenciales históricas sería inevitable la revuelta social si hubiera de verdad seis millones de parados.

Junto al desempleo y la burbuja del ladrillo hay otro aspecto que no pasa inadvertido a los autores del estudio: lo que ellos llaman «grave problema de moralidad con el pago de impuestos». Cuando los ciudadanos desayunan un sapo diario, que no es tanto la corrupción como la impunidad con la que se resuelve, es difícil pedirles una conciencia fiscal de la que las élites carecen. ¿Con qué autoridad moral se recrimina a un ciudadano que ha defraudado mil o dos mil euros cuando los que se llevaron millones de dinero público siguen con sus monterías? Bernard Madoff, que era uno de los dioses financieros de Manhattan, morirá en la prisión. Uno de sus hijos se suicidó y su esposa no tiene siquiera techo propio. He ahí la capacidad disuasoria de los estados: ser implacables con el robo, el engaño y la corrupción.

Voluntad política

Como ha dicho Hervé Falciani, el ingeniero informático que extrajo del banco suizo HSBC las cuentas de miles de evasores fiscales, «la vigilancia del fraude fiscal no depende de la informática sino de la voluntad política». Y se pregunta cómo es posible que los gobiernos tengan la manera de controlar, por ejemplo, las descargas ilegales por internet hasta llegar a la puerta del infractor y en cambio se declaren incompetentes para localizar el fraude y la evasión fiscal.

Lo que pasa es que entre bueyes no hay cornadas.


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