Artículo publicado en la sección 'Al contrataque' de la edición del día 14 de diciembre de 2012

Conocí a Silvio Berlusconi el otoño de 1989 en Milán, en la sede central de su, ya en aquella época, imperio mediático. Fininvest buscaba comunicadores para el inminente estreno de Tele5 en España, y yo presentaba y dirigía aquel año un programa de éxito en TVE llamado La Luna, diseñado por mi añorado Joan Ramón Mainat. Valerio Lazarov, su todopoderoso lugarteniente, fue la persona que insistió para que viese con mis ojos en Milán la televisión que arrasaba en Italia y que pronto asentaría su reinado en España. El patrón apareció unos minutos, dejó un regalo en mis manos (un reloj discreto de sobremesa) y desapareció. Berlusconi era ya un tipo inmensamente rico, aunque tenía todo el aspecto del cantante de cruceros que fue, pese a que yo ignoraba entonces su pasado. En apenas una década manejaba ya el 70% de toda la publicidad televisiva italiana.

Lazarov, admirador sincero de don Silvio, me mostró aquel gigantesco barrio llamado Milano Due, construido por su jefe (el Pocero italiano, podríamos decir) desde cuyo corazón empezó la colonización televisiva con su Canale 5. Fue sorprendente recorrer aquellos glamorosos estudios y cruzarse con velinas en cada rincón. Velinas en recepción, en las salas de posproducción, en la cafetería, en los despachos, en los platós... rubias y morenas encaramadas a grandes tacones, metidas en faldas escasas o vaqueros cual segunda piel. Y también algunos hombres jóvenes, altos y guapos, velinos a fin de cuentas, repeinados como de primera comunión. Me contaron que Il capo dei capi daba órdenes estrictas de mejorar la realidad: la televisión era fantasía y todo lo que la rodease, debía inspirarla. Ni gordos, ni bajitos ni feos. De eso ya había mucho en las calles. En aquel ambiente general de Mama chicho, cualquiera hubiera salido corriendo. Yo, también.

El dilema

Cinco años después, en 1994, Berlusconi ya era primer ministro, una noticia excelente para sus negocios y para su deseo de convertir Italia en una empresa: su empresa. Durante sus mandatos, todos los canales públicos y privados de televisión estuvieron a su servicio.

Así no es tan difícil comprender por qué los italianos le han votado hasta tres veces para ser su presidente. Casi nadie cree que haya una cuarta, aunque esta semana Berlusconi hizo realidad esa amenaza, vestida con las frases populistas antigermanas que «il popolo» quiere escuchar. Puede que tenga razón cuando dice que Angela Merkel se beneficia de la crisis del Sur para reducir sus deudas, pero quien está acusado de prostitución de menores, corrupción y abuso de poder no puede ser en modo alguno la alternativa.

Aquí surge el gran dilema para las más firmes convicciones democráticas: ¿preferimos a un tecnócrata como Mario Monti puesto a dedo por las élites o a un político como Berlusconi escogido por los ciudadanos en las urnas? ¿Democracia o despotismo ilustrado? Les juro que nunca me hubiera imaginado planteándome esa disyuntiva.


Política de Privacidad Política de Cookies © 1998-2024 juliaotero.net