Es una mujer madura que no quiere aparentar otra cosa. Sabe mucho de las exigencias que estos tiempos han traído a las mujeres, y las explica con la lucidez y el humor de quien ha sabido levantarse después de cada caída. No se escriben papeles para mujeres como ella, así que Concha Velasco corteja a quien lo ha hecho ya varias veces. Antonio Gala ha hecho a su medida Las manzanas del viernes, una tragedia moderna, según el autor, en la que Orosia, la protagonista, se enamora de un tipo al que dan ganas de abofetear.
Dice su personaje: "Hay edades para todo". ¿En qué edad está usted?
Menos de tener hijos, en edad de todo. Mi personaje también dice: "Cada edad tiene su juventud".
¿Ha gestionado bien las crisis del paso de los años?
Tuve una crisis estupenda a los 50, quizá por ser actriz, que resolví como el personaje de American beauty, a bofetadas. Ahora estoy encantada de haberme conocido.
Por cierto, la protagonista de esa película se prohíbe a sí misma llorar. ¿También usted?
Es que las mujeres ahora ya no nos lo podemos permitir.
¿De qué tuvo que darse cuenta para zanjar aquel malestar?
De que lo único importante es la razón, la inteligencia, la cabeza. Si eso funciona, lo demás no importa. En mi oficio es más duro envejecer que en otros.
Las mujeres de cierta edad ¿son invisibles para los autores?
Los hombres escriben para hombres. La excepción es Gala, al que acudo desesperadamente. Y televisión y cine son para los adolescentes. Todo salvo la publicidad, que últimamente se fija mucho en nosotras porque se han dado cuenta de que consumimos.
¿Y qué le parece lo que nos invitan a consumir?
Opérate, adelgázate, vístete así. Una esclavitud. Yo ya lo he superado.
¿Es capaz aún de sentirse novata en algo?
Sería horrible no serlo. Los que están seguros de sí desde pequeñitos son los que firman de mayores las penas de muerte. Me interesa la gente que duda y se equivoca.
¿Puede descartar que un día se enamore, como su personaje, de un joven?
Sí, porque a las mujeres nos gustan cosas duraderas y sabemos que la pasión no lo es, y con mucha diferencia de edad menos aún.
¿La brevedad es razón para convertir la pasión en algo no recomendable?
La pasión nos transforma, nos equivoca. Es maravilloso haberla sentido, pero hay que saber que siempre se termina.
Si el conde Lecquio viera la función ¿se reconocería como musa?
No sólo él. Mi personaje pierde la cabeza y su respetabilidad por un joven sin escrúpulos. Cambie el sexo de los protagonistas y encontrará los referentes reales.
¿Con qué aliciente sale al escenario?
Con el de conquistar. Si noto que a alguien no le estoy gustando, voy a por él.
Es la cuarta vez que estrena a Gala. ¿No le ha escrito esta vez un texto excesivo?
Él dice que me ha escrito una obra tan difícil para que le deje en paz. [Risas]. Siempre hay que ponerse de rodillas ante Antonio para conseguir algo.
Los actores que firman hoy más autógrafos en España son los de televisión. ¿Resistirían la prueba del teatro?
Muy pocos. La televisión y, sobre todo, los directores modernos hacen mucho daño, por ejemplo, poniendo micrófonos en el escenario. Eso es inadmisible para un auténtico actor.
¿Tener talento es una suerte o la suerte corre al lado del talento?
Yo no creo ni en la suerte ni en la casualidad.
Dígame una frase de alguno de sus personajes que se le haya quedado pegada.
En Carmen, Carmen había una que me empeñé en mantener. "Yo no quiero ser ladrón, pero a robarle al Gobierno me tira la inclinación". [Risas].
¿Qué se ha atrevido a hacer para lograr un papel?
Hay dos historias. Una para convencer a Pedro Olea para interpretar La de Bringas. Me presenté en la prueba llena de algodones y guata, tan caracterizada como pude.
Pero usted ya era entonces Concha Velasco, ¿no?
Yo he sido Concha Velasco desde muy temprano, pero he sido tan descarada, tan rebelde, que he necesitado siempre que me dirija alguien al que admire.
¿La segunda historia?
La de mi director favorito, Berlanga. Una amiga me contó que a él le gustaba el fucsia. Me compré hasta las bragas de ese color. Y me pinté las uñas de los pies. Todo fucsia. Así conseguí el papel de París-Tombuctú.
Chaplin hablaba de "la sonrisa profesional". Con los años ¿se va usando menos?
Cada vez sonrío menos porque cada día soy más sincera. He sido una mujer bastante miedosa. Ahora soy más valiente. Eso también lo dan los años.