Ha sido Lorca, cerdo, Franco... Ahora es José Luis, el aprendiz de verdugo de Azcona y Berlanga, un personaje que está dejando mucho poso en Echanove. "Tengo que utilizar lo mejor de mí mismo para interpretarlo", dice, "me gusta su manera de ser, le quiero". La mejor película española de todos los tiempos, la única del mundo capaz de abordar la pena de muerte con humor negro, se ha convertido en obra teatral. Y ha conseguido que un fumador empedernido se jubile del vicio, "un día soñé que era mudo, y al despertar era verdad". Y apagó el cigarro. De lo que no se ha retirado es de decir lo que piensa, y eso que hay quien le advierte a menudo, "no te metas, a ti qué más te da". Inútil, a él le gusta mojarse. 

¿Por qué se ríe la gente viendo El verdugo si dan ganas de llorar todo el tiempo?

Más que reír, el espectador explota. Refleja algo que sabemos hacer todos los españoles: nos reímos mucho en los entierros. A mí, los mejores chistes me los han contado en velatorios. "¡Nunca más!", dice el joven verdugo tras ajusticiar al primer reo. 

¿Usted también ha incumplido esa solemne sentencia? 

Muchas veces, por eso me doy risa cuando lo digo, pero confieso que no podría vivir sin pronunciarla. 

¿Usted cree que el ser humano agradece siempre la libertad? 

La libertad es la antesala de la soledad. La gente busca estabilidad, la familia, los niños, el status. Prefieren que los otros crean que son felices antes que serlo.

Su personaje odia la pena de muerte, pero tiene una familia que mantener y letras que pagar. ¿Qué medidas hay que tomar en la vida para no andar agachado?

La más urgente, fomentar el alquiler frente a la propiedad. La gente quiere ser propietaria de todo: de la casa, de la familia, de los hijos. La provisionalidad permite levantarse un día y decir: "¡Estoy hasta los huevos de este piso!". En cambio, si es tuyo, aguantas por no reconocer que te has equivocado.

Pongamos que la libertad existe aunque no sea barata. ¿A usted qué le ha salido más caro?

No me considero inteligente, sí una persona despierta, pero no tengo huevos de levantarme cada mañana y prefabricar un individuo agradable a todo el mundo. Tengo tendencia a decir lo que pienso. Lo más caro es mantener la integridad. No se queje. Un colega suyo me dijo que los críticos, como los mosquitos, no buscan la sangre por maldad, sino para sobrevivir.

¡Y a usted le pican poco!...

Lo jodido es que, como todo se acumula, cuando piquen no serán mosquitos, sino avispas [risas]. Espero poder mantener con el tiempo mi idea de que una mala crítica no acabará con la amistad que me une a alguno de ellos.

Decía Flaubert que la forma más profunda de sentir algo es sufrir por ello. ¿Pasa malos ratos en el teatro?

El dolor para el actor es una droga y, por eso, hay que dosificarla. Yo tengo una caja, llena de sentimientos nefastos y recuerdos dolorosos, a la que acudo en determinados momentos durante una función. El resto del tiempo procuro tenerla cerrada porque eso es dinamita.

El teatro de la política y los medios. ¿Qué le parece el show del niño balsero?

Una obscenidad. Están usando a un niño para justificar unos el bloqueo y otros el régimen cubano.

¿Cómo metaboliza que los de centro de toda la vida usen como insulto el adjetivo comunista?

Como se consiga la unión de la izquierda volveremos a tener cuernos y rabo. Y empezarán a decir de algunos, otra vez, que somos ricos y comunistas para descalificarnos. Ussía se encargará de escribirlo y añadirá que somos gilipollas.

El tal Haider, ¿resulta molesto al mundo por lo que piensa o porque lo dice en voz alta?

Por lo segundo. Habría que analizar qué música escuchan los austríacos, qué comen, qué teatro les gusta... Debe de haber una explicación a su forma de votar.

Ava Gardner dijo de Clark Gable que era de ese tipo de personas que no encontraban respuesta a la pregunta: "¿Qué tal, cómo te va?". ¿Usted se entiende con los actores tontos?

¡Si no hay más remedio! (Risas) Yo prefiero un actor al que no haya dios que lo aguante a una persona que no se entere de nada.


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