El Periódico, 22 de marzo de 2010

Ferran Monegal

No es nostalgia lo que nos ha sobrevenido viendo el Memòries de la tele (La 2) dedicado a Las cerezas de Julia Otero. Es cabreo. A la vista de lo que se hizo en este programa, hace solamente cinco años atrás, y de lo que la tele hace ahora, nos hemos acordado en casa de aquella cita tan hermosa de Calígula, cuando le preguntaron cómo era posible que su caballo hubiese llegado a ser nombrado cónsul. Contestó: «Degenerando. Lo ha conseguido degenerando». Exacto. De aquellas cerezas tan bien cultivadas (TVE-1, 2004-2005), hemos pasado al más tremendo patatal. Ya no hay en la tele golpes sugestivos como aquel que se consiguió entre Esperanza Aguirre y Pasqual Maragall, sentados juntitos, agarraditos de la mano, y recitándole él a ella, delicadamente, los poemas de su abuelo. O el instante de sublimación estética entre Rossy de Palma y Judith Mascó. Y también en el humor hemos degenerado. Recordaba Julia en este revival de su programa aquella inscrustación satírica llamada El microondas a cargo de Toni Soler y una incipiente tropa de caricatos. Decía: «Aquello fue el germen del Polònia de hoy, el gran éxito actual de TV-3. Pero aquella sátira política sentó muy mal a algunos. Pidieron que se retirase». O sea, que aquí en Catalunya se ha podido desarrollar lo que allí empezó, pero no en el gran telehipódromo estatal, donde solo han permitido, después de cinco años, esa gaseosa llamada La escobilla nacional (Antena 3), intento que ha nacido capado y degollado, porque solo les permiten el sarcasmo sobre las criaturas del cotilleo y sobre nadie más. Se constata pues que la sombra de Incitatus, el caballo de Calígula, se ha agrandado. Camina la tele, al galope, hacia la degeneración más aplastante. De cerezas, a patatas.


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