El País, 13 de marzo de 2005

IGNACIO CARRIÓN

Lo hace bien. Pero a veces notas que sufre. La otra noche, por ejemplo, tuvo en su programa a la ex ministra de Exteriores Ana Palacio y al plenipotenciario de Interiores Sánchez Dragó.

Palacio medía sus palabras (más le vale) mientras que Sánchez las prodigaba con un desenfreno maníaco. Julia Otero no sabía cómo animar a una y contener al otro. Se mantuvo ecléctica en espera del equilibrio, es decir de la pausa publicitaria.

Julia Otero quería que Ana Palacio hablara sin rodeos del cáncer en primerísima persona. Y también quería que Sánchez Dragó contara su experiencia hospitalaria en la UCI, su tercera válvula cardiaca y el túnel luminoso por el que se accede a la muerte. La propuesta era ambiciosa. Ana Palacio estuvo enternecedora en el ámbito de la intimidad. No parecía ser la misma mujer que en Naciones Unidas repitió las temerarias sandeces del belicoso Aznar. Vino a decir que ella, por encima del cáncer que la dejó sin pelo, no ha perdido su pasión de vivir. Al contrario. Esa pasión va en aumento. Pero Sánchez Dragó, vestido de chino y con un hongo igualmente chino en una mano, repuso que la pasión no es de sabios. Que la pasión no es amor, puesto que lo destruye por tratarse de un trastorno de las emociones que propicia los celos, los malos tratos y muchos otros males que enumeró sin darse un respiro. Su hongo, el nuevo libro que deseaba promocionar, una experiencia reveladora en la UCI y más cosas, merecían no este programa sino todo un día ante las cámaras de la televisión para que él, Sánchez Dragó, explicara por qué ya no fuma porros aunque beba largos tragos de whisky. Entonces le pidió a Julia Otero que le llenara el vaso.

Nadie cambia por el hecho de verle las orejas al lobo, aunque digan lo contrario. Palacio sigue declarándose a favor de la guerra de Irak y sigue convencida de la existencia de armas de destrucción masiva. Y Sánchez sigue hablando de chamanes, nuevos hongos, libros de autoayuda y sistemas de auto monitorización inventados por él en la UCI. Cada loco con su tema. Su dogma. Y su mensaje pedante, triste y banal al hablar de la muerte en público.


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