Diario de Avisos, 17 de febrero de 2005

ANTONIO SEMPERE

Fue hermoso lo que ocurrió en Las cerezas durante su tramo final, cuando Julia Otero entrevistó a Pablo Pineda y Guillem Jiménez, ambos con síndrome de Down. Confesaba la presentadora al terminar la conversación que se sentía mejor persona, demostrándose que la televisión puede, ser mucho más que circo y jiji y jaja. Seguro que la impresión de la responsable del programa fue compartida por muchos de los espectadores, que se fueron a dormir reconfortados por la luminosa conversación protagonizada por estos dos jóvenes. De lo que se trataba, ante todo, era de desterrar los muchos prejuicios que se tienen sobre el síndrome de Down, que tienen 32.000 personas en nuestro país. Hasta hace poco, según contó con proverbial sinceridad Pablo, "eran considerados como escoria de la sociedad". Y se aludía a ellos como mongólicos, subnormales, según se encargó de recordar Julia. Pero Pablo, que terminará en breve los estudios de Psicopedagogía tras haberse diplomado en Magisterio, estuvo sembrado en toda su intervención, recordando que tuvo mucha suerte al haber sido educado para no ser una losa para sus hermanos. ¿Y el amor? "La vida sentimental se desarrolla bien pero la procesión va por dentro", confesó Pablo, a lo que Guillén, más soñador, añadió: "Les recito poemas de amor y enseguida lloran". "Pero la sociedad no es tan buena como parece ser. Hay morbo", advirtió Pablo Pineda. Y la televisión se ennoblecía a golpe de gesto y de palabra, y era inevitable no quererles y no sentirles cerca. Uno lamentaba que esta entrevista arrancase al mismo tiempo que los programas de Buenafuente y Sardá, con la consiguiente pérdida de espectadores, porque de verdad que apetecía, en esos momentos, que todo el mundo estuviese viendo aquello.


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