El Periódico, 14 de enero de 2005

Ferran Monegal

No pase un día más sin comentar el delicioso encuentro entre Esperanza Aguirre y Pasqual Maragall, el martes, en la frutal glorieta de la Otero (Las cerezas, TVE-1). ¡Ah!, qué pareja conformaron. Qué machihembrado más hermoso. Qué cariño más delicado brotó entre los dos. Salvo un momento en que Espe, hablando del plan Ibarretxe, se enzarzó en filosofar sobre el peligro de los ismos, diciendo: "Nacional-ismo, social-ismo, liberal-ismo... Nosotros, el PP, defendemos la unidad de España", y Pasqual le respondió con esa retranca suya que le sale por debajo del bigote, tan característica: "España, ¡una, grande, y libre!"... Al margen de ese instante de minicrisis existencial entre ambas presidenciales cerezas, el resto de sesión fue una extraordinaria orfebrería cariñosa. Hubo un momento, sublime, en que él le dijo a ella: "Dame la mano". Y ella, arrebolada, deslizó su manita hasta encontrar la de él, y se quedaron así, agarraditos, un tiempo muy completo. Maravilloso. Hubo otro, más exultante todavía, que fue cuando Pasqual se puso a recitarle a Espe aquel poema de su abuelo, Les muntanyes, aquellos versos paisajísticos y tiernos ("A l'hora que el sol se pon / bevent al raig de la font...") y captando el president, inmediatamente, que ella quizá no le comprendía totalmente, hizo un quiebro lingüístico, una finta idiomática, y se puso a traducir sobre la marcha, para que Espe llegase a un punto irrefrenable de vibración poética. Lo consiguió. Sobre lo de el raig de la font hubo su dificultad. No quedó la cosa definida netamente. ¿Caño de la fuente? Pues no. El raig no es el caño; es el hilo de agua que fluye. Virginal, lo adjetivó el abuelo de Maragall cuando escribió este poema a la vista de una fuente en Camprodon. Pero una vez comprendido el tema, quedó Espe vibrando virginalmente toda ella, extasiada escuchando recitar al nieto del poeta versos tan sugerentes. ¡Qué sesión!


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