El Periódico, 11 de noviembre de 2004

Ferran Monegal

Después del comentadísimo furor endocrino que le sobrevino la semana pasada a Julia Otero y al ramillete de cerezas periodistas que la acompañaban (Nierga-Viza-Campoy-Gemio), todas progres a rabiar pero que al ver a Javier Bardem perdieron el oremus, después de aquel espasmo gallináceo ante pollastre tan hermoso, esta semana le ha dado a Julia por el sosiego. O sea, practicando el ying-yang, la sabia técnica oriental que aquí llamamos del péndulo. Fue tanto el quietismo y el comedimiento que ensayó, que con la entrevista a Josema Yuste y a Emilio Aragón, en casa aprovechamos para echar un sueño. Vaya con cuidado Julia con estos compromisos seudopublicitarios, tan sosos, que pueden resultar tremendos: son una invitación al ronquido o al zapeo. En cambio, disfrutamos mucho con Samuel Etoo. Parece un muchacho excelente este gladiador balompédico. Reposado, sereno, discreto, y con las neuronas cerebrales lúcidas y en buena forma. Dicen que sólo pierde un poco la cabeza cuando se sube a un automóvil, pero en esta aparición televisiva este camerunés nos cautivó por su templanza y maneras. Hubo un momento particularmente iridiscente. Fue cuando Julia nos contó cómo llegó a España este muchacho: "Con apenas 15 años de edad, solo, con su maletita, aterrizó en el aeropuerto de Madrid, ¡y no había nadie esperándolo!", advirtió ella con indisimulada admiración. ¡Ah!, la miró entonces Samuel con una mansedumbre muy hermosa, y respondió suavemente: "Sí, pero yo al menos tuve la suerte de venir en avión", y mientras decía esto, nos pareció ver cruzar por sus pupilas negras la dramática estela de una patera. Interesante muchacho este Etoo. Sabe de dónde viene, y parece saber adónde va, que no es poco. Y, sobre todo, no olvida a otros africanos que, como que no le dan bien al balón, no tienen la suerte de llegar a este país en avión.


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