La Razón, 28 de octubre de 2004

Jorge BERLANGA

¿Qué es lo que es un «ex», es o no es, «ex» o no «ex»? Se supone que Julia Otero estaba dispuesta a dilucidar este tipo de dudas existenciales, en el rutilante estreno de «Las cerezas», desembarcando a lo grande con dos invitados ¿excepcionales? ¡Con ustedes, tachín, tachán, tararí que te vi, Felipe González y Jordi Pujol!

La Otero es una mujer de se- ducción mediterránea, jugosa como una ciruela, con verbo de oliva y sabiduría en evolución. Se montó un plató con aspecto de invernadero lleno de frutas como para dar un curso de cocina o de horticultura, para sacar como plato principal a estos dos magníficos seres del pasado ¿o del presente?, en mejor o peor estado de conservación, a los que calificó de «Primates superiores». ¿Tal vez por su capacidad para irse por las ramas?

Las primeras dudas sobre el tratamiento que podía tener la entrevista se despejaron cuando doña Julia, hecha un melocotón en almíbar, comenzó por dirigirse al «Presidente González» y al «President Pujol». Las fórmulas de protocolo lo permiten, se excusaba ella. Eran como dos ex-votos en un pequeño altar venerable, contando batallitas ante preguntas untuosas y cómodas, que se suponía que debían preparar el terreno para la artillería pesada. La que el público aguardaba, con santa paciencia. Pero para cuando llegó el momento duro, la presentadora ya estaba hipnotizada ante los sortilegios abracadabrantes del viejo tigre y el gato sardónico del país de las maravillas. Cuando hubo que preguntar sobre la propuesta divina de excarcelación de Vera, tuvimos que contentarnos con una salida por peteneras y la convicción de que por mucho que haya robado, una deuda más grande tenemos con él los españoles. Pues vale. A la Otero se le escaparon los monos haciendo piruetas. A ver si pensaba que entre sus cerezas se iban a caer de un guindo. Su labor actual es administrar el silencio. Sólo quedó la piel del chimpancé de circo en los camerinos para que se la calce Zapatero. Después de eso, los caricatos que salieron, con una buena caracterización y chistes malos, no valían ni para postre tras la formidable pantomima.


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