El Periódico, 11 de mayo de 2004

Ferran Monegal

Aterrizó ayer Felipe González en Barcelona. Llegó para participar en un debate abierto en la plaza del Fòrum 2004. Pero antes pasó por la chaise longue de La columna (TV-3). Excelente idea: los masajes que le propina Julia Otero, siempre que le entrevista, son una verdadera delicia. Felipe habló de Irak ("El error de Bush es dramático. No sabe cómo salir. Ahora ni se puede quedar, ni se puede ir"), de la derrota del PP ("No estaban preparados para perder, y todavía no se han enterado. Ni lo asumen"), del espíritu de Confucio que anida virtuosamente en cada chino de la China ("Los únicos que tienen memoria son los orientales. Los chinos aplican como filosofía de la vida una cosa que llaman fenomenología de las prácticas históricas adquiridas. Occidente, en cambio, olvida"), y ante tan extraordinario repertorio iluminista, Julia parpadeaba y se recogía en sí misma en un confort íntimo hermosísimo. En un momento dado ella preguntó: "¿Siente compasión por Aznar?". ¡Ah! la compasión. Es ésta una palabra que suele aparecer muy raramente en el argot de los políticos. Felipe, quizá perplejo, calló un segundo. Pero enseguida dijo: "Yo no aprecio nada a Aznar. Su sufrimiento, la verdad, es que no ha hecho más que empezar, y él no se ha enterado. Pero lo siento, sí. No le deseo mal a nadie". O sea, un punto de caridad hacia el que ha sido tanto tiempo el adversario. Quizá hasta el enemigo.


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