El Periódico, 2 de febrero de 2002

Ferran Monegal

Nos ha deparado la tele esta semana, en dos días sucesivos --miércoles y jueves--, dos hermosas entrevistas meditables. Alejo Vidal-Quadras estuvo con Julia Otero en La columna (TV-3), y Adolfo Suárez Illana, con Carlos Dávila en El tercer grado (La 2). ¡Ah!, qué iridiscente paisaje generacional conformaban: la vieja y la nueva guardia del PP como exponente de la nueva aristocracia política reinante. A don Alejo, antaño político de pirotecnia disfrutable, le vimos transmutado. Suave. Comedido. Discreto. No lanzó ningún petardo. Parece que finalmente ha encontrado, con su traslado a Madrid y con su rol de eurodiputado, una galaxia existencial fantástica. "Soy feliz" le dijo a Julia. Y aunque al final la Otero le soltó "me parece que usted toca menos de lo que tocaba", don Alejo, lejos de enfadarse, disfrutaba más. La otra entrevista, la de Dávila al hijo de Suárez, discurrió sobre otra peana. Más entusiástica. Aun celebrando el periodista la llegada de esta joven y desconocida criatura al mundo de la política, le dijo: "Se dice que subiendo sobre el potro de su apellido, ha saltado usted por encima de 600.000 militantes que querían el cargo que usted ocupa en la ejecutiva del partido". Al margen de la deliciosa exageración del número de militantes, razón tenía Dávila. Pero no se inmutó el joven Suárez y repitió varias veces: "A este oficio hay que venir llorado", o sea, como quien dice: ladran, luego cabalgamos. Es apasionante observar un partido en el poder: dispone de caballos para todos. Es una verdadera gozada. Cabalga feliz Vidal-Quadras, aunque digan que ya no pinta nada, y cabalga el nuevo Suárez con todo el horizonte por delante.

El miércoles salió Joaquín Almunia en el TCM de Canal Satélite. Daban una del Oeste: Centauros del desierto. Había que ver con qué envidia miraba Almunia cabalgar a John Wayne. Comprendámoslo: hoy en el PSOE hay más indios que caballos.


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