El Periódico, 23 de noviembre de 2000
Por Joan Barril

Los últimos asesinados por ETA eran verdaderos pontoneros entre dos posiciones enquistadas. Los puentes no convienen a todos aquellos que quieren ser islas. Por ese motivo se les destruye.

Una cosa es el horror y otra es el amor. El horror de la muerte nos separa, nos exilia y nos distancia. El amor, la admiración o el afecto nos llevan a un silencio cómplice y nos une. Ayer, en las cafeterías mañaneras, sólo se escuchaba el rugido de las cafeteras. Las conversaciones se decían en voz baja porque hay penas que se introducen en la taza y acaban amargando el azúcar y fundiendo las cucharillas. Es en estos silencios cuando se advierte el vaporoso amor de las multitudes. Porque las multitudes saben lo que pesan y advierten enseguida la pérdida de uno de los suyos.

Ayer, Julia Otero cerró su programa en TV-3 con la mejor metáfora del día: una foto de Ernest Lluch acompañada por la voz de Paul Simon cantando su Puente sobre aguas turbulentas. Ante la muerte irreversible sólo cabe la metáfora. Porque es lo que le hubiera gustado a Ernest y es lo que nos salva de la crudeza de un cráneo tan privilegiado como destrozado. Tuve ocasión de ver a Ernest Lluch con su bufanda de profesor de Harvard y con el pijama de una gripe mientras leía mis primeros manuscritos. Fui injustamente alabado por él y, también, fui justamente reprendido por mis atavismos izquierdistas. Lluch era un socialdemócrata convicto cuando lo que se llevaba era el socialismo autogestionario. Lluch renunció a presentar las enmiendas de la LOAPA en contra de su partido. Lluch se enfrentó a la sinrazón terrorista con la razón de su inteligencia. Ese ser obstinado regresaba al pueblo cuando los dirigentes se olvidaban del pueblo.

En una ocasión, paseando por nuestra Garrotxa, le comentaba el aspecto lúgubre de los cipreses. Lluch, una vez más, me corrigió para advertir que el ciprés plantado delante de una casa es un árbol que indica hospitalidad al caminante. Desde entonces, cada vez que he visto un ciprés he pensado en Lluch como la casa grande del saber y la amistad. A partir de ayer, los cipreses vuelven a ser lúgubres.


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