Aunque nadie verdaderamente progresista sostiene que las ideologías han muerto, sí podemos convenir que el mundo en que vivimos permite pocas diferencias entre las distintas alternativas políticas. O eso nos hacen creer. Los partidos socialdemócratas han hecho en las últimas décadas mucho trabajo sucio que el electorado no hubiera consentido a los conservadores y éstos han correspondido, llegado su momento, manteniendo las prestaciones sociales, dado que el voto del pobre vale tanto como el de su electorado natural. Hay por ejemplo en España un lugar de intersección entre PP y PSOE, esa especie de limbo llamado centro, en el que las personas serían perfectamente, intercambiables.

Dicho eso, no puede negarse, sin embargo, que la cabra tira al monte. Existe un territorio, erróneamente considerado trivial, en el que cada uno es cada cual. Por ejemplo, lo relativo a las mujeres. Sigamos una cierta cronología del despropósito. Empezó el presidente del Gobierno con su enigmática definición. A él -dijo- le gusta la mujer mujer. Un misterio en el que más nos vale no profundizar, no sea que nos enfademos. Llegó el aniversario de la Constitución y el portavoz, la mar de ocurrente, distinguió entre ciudadanos y mujeres.

No olvidemos el episodio de Fraga y el escote de la diputada en el más puro estilo lribarne ni la mala pata del vicepresidente (le pasa a menudo) llamando "hecho aislado" a lo que mata a decenas de mujeres cada año. La última es que Miguel Ángel Rodríguez acudirá (eso dicen los organizadores) como jurado al Certamen de Miss España, ese evento en el que, en efecto, los ciudadanos votan y las mujeres se ponen de largo. Todo cuadra.

Julia Otero
Periodista


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