Que nadie se engañe, Bill Clinton seguirá siendo el presidente de Estados Unidos. Menudo susto se llevarían los republicanos si el "impeachment" prosperase y tuviesen que vérselas dentro de dos años en las elecciones presidenciales con un candidato demócrata crecido por la experiencia. Sin duda preferirán un Clinton desgastado que un Al Gore bregado en la presidencia durante dos años y apto para ser candidato de nuevo a la Casa Blanca.

Ya casi nada queda por decir de este bochornoso episodio, hasta el extremo de que no se recuerdan editoriales, columnas y artículos más procaces que los que hemos leído esta semana. Sí me gustaría reparar en algo que aparentemente ha pasado inadvertido: el papel de todas las mujeres del presidente, salvo la suya.

Es profundamente irritante que todas sin excepción jueguen el infame papel de la mujercita débil, vulnerable e infantiloide. Denunciar un acoso sexual al cabo de los años cuando casualmente el presunto es el inquilino de la Casa Blanca, y aceptar que toda la operación la financien los más reaccionarios enemigos políticos de Clinton ofende la inteligencia. Lo mismo que mariposear de un "talk show" televisivo a otro contando las intimidades compartidas voluntariamente durante una década. Y no digamos lo de la seráfica niña Mónica, corriendo a desvelar a una amiguita las emociones reales o inventadas de una cremallera abre-fácil y un sofá. En fin, mucho oxígeno para la misoginia. Cotillas, desleales, interesadas, traidoras o bobas. Así de favorecidas salen en la foto las mujeres de esta película. Ya puede el feminismo del siglo que viene ponerse las pilas. Con tanta mema lo tenemos crudo.

Julia Otero
Periodista


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