Artículo publicado en el diario El Mundo el 10 de noviembre de 1998
Texto: Martín Prieto

Los homosexuales sufrirán merma de sus derechos, los mismos que asisten a los heteros, si caen bajo las garras proteccionistas de eso que se entiende por pensamiento políticamente correcto y se les aplica la discriminación positiva, que tanto daña a sus presuntos beneficiarios (a las mujeres, sin ir más lejos), teniéndolos a la postre como espécimen en vías de extinción y, por consiguiente, protegido. Las normas de la radiotelevisión británica para obviar las preferencias sexuales de la clase política parecen plausibles pero resultan discriminatorias, a secas, dejando inerme al propio y pobre Carlos de Inglaterra, a quien sólo se le ha ocurrido en su aburrimiento soberano pecar con una sola mujer.

La BBC ha reaccionado ante la supuesta homosexualidad del ya ex ministro para Gales y la confesada del de Agricultura. Política y sexo; la peor de las combinaciones posibles. Además, el primer ministro Tony Blair se encuentra en una encrucijada religiosa: profesa el protestantismo, está casado con una católica, educa a sus hijos en esta fe, acompaña a la familia a misa, ha logrado la paz en el Ulster y aspira a reformar la monarquía separándola de la Iglesia anglicana. No es inocente que le hagan florecer gays en su Gabinete, ni cuestión menor el que los católicos sean ya mayoría en el Reino Unido.

La metástasis informativa sobre asuntos sentimentales es beneficiosa, dados sus mecanismos autodestructivos por vía del hartazgo. Lo ha comprobado Bill Clinton en las recientes elecciones al Congreso viéndose beneficiado por el voto de mujeres, chicanos, negros y pobres (redundancias) muy interesados en sus problemas y nada en los cunni lingüe de la Casa Blanca. Los reaccionarios que publicitan groseramente la condición sexual de sus adversarios se apoyan en el bienintencionado secretismo protector de tolerantes de guardarropía que colocan la homosexualidad bajo una manta.

La revolución de los homosexuales la están haciendo los que proclaman, revelándose, su condición; revelación que disuelve el chantaje y que llegará al mundo político. Antes habrá que acabar con esa patochada sociológica que tiene al homosexual por progresista, o de izquierdas, en una sexomanía patológica ignorante de que la derecha se ha amado siempre a sí misma hasta en el lecho. Por no abundar en ejemplos históricos, ahí quedó Cecil Rhodes, padre de la nación de su apellido, como paradigma de animal voluntarioso, capitalista de rapiña, colonialista feroz, machista, racista, xenófobo... y homosexual sin tacha.

Y valga tan largo exordio para darle la razón a Julia Otero, dulcemente objetada por Francisco Umbral. Preguntándole a José Borrell por su supuesta homosexualidad se anticipa Julia a lo que será la normalidad de los explícitos y, de paso, desactiva una mina bajo el candidato, que, por lo demás y siendo padre de familia, se declara libremente heterosexual. Sólo por aceptar la pregunta merecería la pena votarle.


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