DEIA Diario de Euskadi, 2 de octubre de 2001

Igor Santamaría

Recuerdo cómo hace justo dos años Julia Otero achacaba su "despido" improcedente de Onda Cero a haber permitido ser «un juguete en manos de la emisora para pagar favores ajenos». Uno, que se cuida muy mucho de escuchar según qué, observa estas semanas cómo el estigma de intolerancia se está acrecentando en la empresa de Telefónica Media en medio de una pelea a pecho descubierto entre sus pesos pesados, menos cuando se alinean para zumbar a «la gente inmadura de la zona norte» ­que dice su latiguillo de guerra­ y calentar los oídos de su audiencia estatal a modo de efecto dopante y así tenerla, más que dormida, anestesiada. La tergiversación, el arte que mejor dominan, traspasó ayer la frontera de lo informativo para concluir en una retahíla de insultos, donde la acepción «talibán» fue la más "educada" ­uno se siente orgulloso de ser «aldeano» antes que cateto­.

Qué mejor que azotar el saco que más les saca de sus casillas para tapar sus cristos internos: el rifirrafe entre Del Olmo y García por un quítame allí diez minutos o, mucho peor todavía, la decisión gubernamental de censurar a tres colaboradores del espacio de Victoria Prego ­como María Antonia Iglesias, Julia Navarro y Enric Sopena­ por resultar «incómodos» al poder establecido (ministros y altos cargos del PP lanzaron mensajes explícitos para que Onda Cero echase por tierra esta lista de comentaristas). Confieso que fui víctima de la ruedita que determina el dial por casualidades del fútbol. Pero qué podíamos esperar de estos medios de comunicación cautivos a quienes hace apenas 140 días se les quedó rancio el champagne.


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