Artículo publicado el 8 de Agosto de 1999 en Atlántico-Diario de Vigo
Texto: Julio Alonso Pérez

Con el auge de la televisión las emisoras de radio vieron peligrar una audiencia que le había sido fiel durante unos años en que no existía otra alternativa; la radio formaba parte de la vida de todos los ciudadanos, era como una especie de cordón umbilical que mantenía el contacto directo con el mundo. Sin embargo, la extraordinaria inmediatez del medio radiofónico dio al traste con las oscuras espectativas y hoy en día compite sin complejos con unos contenidos televisivos cada vez más deteriorados por los intereses comerciales. Por eso, la radio se ha mantenido como una puerta abierta a la comunicación directa y real con el oyente, quizá sea ese su gran secreto, algo que la televisión no ha sido capaz de llevar a cabo.

Muchos profesionales del periodismo probaron la experiencia de las cámaras, pero más tarde retornaron a un medio de comunicación más dinámico e inmediato: la radio; un medio donde no existen más decorados que los impuestos por la imaginación, al gusto de cada uno; un medio que se desplaza inmediatamente allá donde surge la noticia; abierto a la participación de todos sin necesidad de maquillajes ni tramollas. Julia Otero vivió esa experiencia: se hizo popular con un animado concurso de la televisión y luego saltó a la radio; allí descubrió las virtudes de un medio de comunicación cada vez más en auge, con un público fiel que acudía a su llamada y que cada vez era más numeroso.

Su programa ---«La radio de Julia»--- acompañó durante años las tardes de medio millón de ciudadanos; taxistas, camioneros, estudiantes, amas de casa, gente que acudía a su trabajo...; eran los incondicionales de un programa estrella que reflejaba el buen hacer de un gran equipo de profesionales capitaneados por Julia Otero. Con un lenguaje desenfadado, pero lleno de rigor, se trataban los temas más variados. Su tertulia abarcaba los temas de actualidad con una total honestidad y sinceridad. Sus contertulios nada tenían que ver con los habituales de otros programas radiofónicos o televisivos más cercanos al show que al enriquecimiento del espectador. Aquí no ocurría semejante atrocidad. Pero de repente, tan solo en cuestión de unas horas ---ni siquiera días---, se suprimió la programación.

La noticia me sorprendió del mismo modo que a muchas otras personas. El programa radiofónico de mayor audiencia vespertina dejó de emitirse sin previo aviso, de un plumazo, como en los viejos tiempos aparentemente olvidados. Las razones oficiales no han sido nada convincentes. Según dicen, no se llegó a un acuerdo con Julia Otero y el nuevo planteamiento de la emisora exige un cambio de contenidos, lo que se dice una renovación.

Cuesta creer que la renovación de una programación consista en liquidar los programas de mayor audiencia, sobre todo cuando sus contenidos están llenos de calidad. Pero la voz de la calle es más difícil de controlar y todos apuntan a un extraño movimiento de fichas, quizá para ocultar intereses personales, celos profesionales, algún que otro favoritismo, o incluso para silenciar un tipo de información veraz que es la que realmente merecen los oyentes. Nadie se lo explica de otro modo. 

Todo esto recuerda una época en la que muchos profesionales protestaban reclamando libertad de información. En aquellos tiempos cualquier desliz podía costarles el puesto, independientemente de su trayectoria profesional; los ceses se producían con la misma rapidez que los nombramientos. Ahora vivimos en democracia, una libertad que debe ser bien entendida por todos, un sistema donde no cabe el silencio sino el respeto. Sin embargo, el poder no está solamente en manos políticas, también lo está en aquellos que dominan el terreno económico, amigos de la ostentación en todos los ámbitos de la vida, incluso hasta el punto de avasallar a unos ciudadanos cada vez más descreídos que ahora pierden uno de sus canales de comunicación. Una de tantas represiones ocultas bajo el manto de la renovación.


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