Artículo publicado en www.ya.com el 15 de diciembre de 1999
Texto: Vir Cotto

Miliki, el eterno "payaso de la tele", ha dedicado a sus "niños de 30 años" un disco lleno de nostalgia que ha sorprendido a algunos al descubrir que los niños de la actualidad también se saben sus canciones.

Resulta que sus padres se las llevan cantando toda la vida. De esta forma, las nuevas generaciones han aprendido también aquello de "había una vez... un circo".

Había una vez... un circo pequeñito, que tenía una sola pista, pero a la que todo el mundo acudía en tropel.

En este circo destacaba la función de la tarde, la que más gente concentraba de todos los circos de alrededor.

Más de medio millón de personas acudían a esa pista todos los días para disfrutar del variado espectáculo, y reír o llorar abierta y libremente con él.

El problema es que, junto a este pequeño circo, extendía su carpa un circo gigante no de una ni de dos, sino de muchas pistas, con muchos domadores, y encantadores, e ilusionistas, que mantenían todos los días a la gente con la boca abierta y sin decir ni una palabra; sin reír, sin llorar, sólo mirando extasiados el grandioso espectáculo de ilusionismo.

Pero el otro circo seguía atrayendo gente. Y lo que es más, la gente que salía del pequeño circo e iba al circo grande, empezaba a exigir que también en este circo se hicieran cosas que consiguieran hacer a la gente reír y llorar en libertad.

Así que, el gran circo, envidioso de la popularidad del pequeño, y deseando que la gente dejara de llorar y de reír y admirara su espectáculo, extendió la lona de su carpa hasta comerse al circo pequeño.

Pero el circo pequeño, a pesar de que ahora era parte del gran circo, mantuvo su función de la tarde y a su jefa de pista, quien pretendía que todo siguiera siendo como era.

Hasta que una oscura mañana de agosto, cuando la jefa de pista estaba en su camerino descansando de las últimas funciones y preparando las próximas, el gran circo decidió eliminar la función de la tarde y sustituirla por otra con muchos ilusionistas, y domadores y encantadores, para que el público dejara de pensar... en la función, y dejara de reír y llorar en libertad.

Y alguno de los ilusionistas (que también los había) en la función antigua se quedaron para la nueva función, aunque la mayoría se fue con su jefa de pista, en busca de otros circos, pequeños o grandes, donde pudieran presentar de nuevo su espectáculo y la gente pudiera volver a reír y llorar en libertad.

Y el gran circo, cuando vió que la gente se quejaba de que el espectáculo hubiera cambiado, -con lo que a ellos les gustaba- se intentó justificar diciendo que la función de la tarde era demasiado elitista, y que esta nueva función iba a llegar más al público en general. Y llegaría a ser la función más visitada de todas las tardes de circo...

El resultado, en realidad, fue que más de la mitad de la gente que acudía a la función de la tarde del viejo circo se quedó en su casa desde entonces, o se fue a ver otras funciones de otros circos, pero nunca más volvió a pisar el suelo sobre el que, un día ya muy lejano pero cercano en sus mentes, se levantaba orgullosa la carpa de un pequeño circo, que sin temer jamás ni al frío ni al calor, daba siempre su función.


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