Artículo publicado en el Diario ABC el 8 de agosto de 1999
Texto: Jaime Campmany

Si por un jayán de terco empuje llamado Vieri ha pagado el Inter de Milán siete mil millones de pesetas, y Lorenzo Sanz se ha traído a un sujeto llamado Anelka al Real Madrid mediante un fichaje de cinco mil seiscientos millones, no sé yo por qué la Ser, pongo por ejemplo, no puede fichar a Julia Otero por otro tanto, precisamente ahora en que Onda Cero le ha concedido la libertad. «La radio de Julia» debería tener el mismo o aproximado valor al de los goles de Anelka. Hay muchas maneras de meter goles. Jesús Gil, verbigracia, quería que los aficionados colchoneros bajaran al campo para meter los goles con los cuernos. Hay políticos que meten goles a su propio equipo, porque también en la política funciona el sistema de las primas y de los maletines.

El mundo de la comunicación debería adoptar abiertamente el sistema de fichajes, que ahora funciona sólo de una manera tímida y larvada. El sistema laboral del fichaje es, desde luego, una consecuencia del capitalismo. Pero una consecuencia «justa y benéfica», como iban a ser los españoles por mandato de la Constitución de la República de 1931. Claro está que los grandes profesionales sólo podrían ser fichados por los grandes medios, y es lógico que Radio Socuéllamos no pueda fichar, por ejemplo, a Alfonso Ussía. Ésa sería una manera de que todos supiéramos lo que ganan los profesionales de la comunicación sin esperar a que Rubalcaba publique la lista de los plumíferos que cobraban de fondos reservados. O sea, la transparencia. Estamos en la época de la transparencia, pero las transparencias sólo se evidencian en la pasarela. Tampoco es que yo me queje por eso.

Detrás de un tránsfuga siempre hay un fichaje, y si quieren ustedes «casi siempre» para no caer en la injusticia de las generalizaciones. Cuando Felipe González fichó a Baltasar Garzón para que diera el salto de la Justicia a la política, que es lo mismo que pasar del ajedrez al boxeo, nos quedamos sin conocer en qué consistía el fichaje, si era un fichaje mediante precio, recompensa o promesa, o «gratis et amore», «honoris causa» o «vanitas vanitatis». Si el sistema de fichaje libre se impusiera en la vida política, Julio Anguita podría fichar, por ejemplo, a Aleix Vidal Quadras, ahora que el PP lo tiene en el vestuario de Europa, Manuel Chaves podría fichar a Celita Villalobos, y Jesús Gil y Gil podría quedarse por fin con Joaquín Almunia a cambio de Juninho.

El trasiego de jugadores de fútbol o de famosos de la comunicación, lejos de empobrecer la libertad de expresión o la libertad de sistemas de juego, la enriquece. Cuando Felipe González se empeñó en que echaran a Pedro Jota Ramírez de la dirección de «Diario 16», no sospechaba él hasta qué punto estaba enriqueciendo la libertad de expresión, y lo mismo sucedió cuando Polanco compró Antena-3 Radio para cerrarla y dejar sin micrófono al equipo de Antonio Herrero, José María García, Martín Ferrand, Jiménez Losantos y Luis Herrero. En política, ese trasiego tampoco resultaría nocivo, porque los nuevos fichajes servirían de equilibrio de las viejas glorias, se renovarían los sistemas y terminarían todos los partidos (políticos, se entiende) por jugar el partido de ida en el centro reformista y el de vuelta en el centro-izquierda.

En la Administración de Justicia podríamos aplicar el mismo sistema de fichajes bajo el lema «libertad y telángana». El Tribunal Superior de Justicia de Extremadura, pongo por ejemplo no intencionado, podría pujar por el fichaje de Enrique Bacigalupo, y la Sala de lo Contencioso del Tribunal Supremo haría una oferta para contar con el juego de Clemente Auger. Y ya el ideal de la libertad total, la libertad de expresión, la libertad de auto, la libertad de juego, la libertad de legislación, la libertad autonómica y la libertad de ejecución, sería la del trasiego continuo entre la política, la Justicia, las Autonomías, el fútbol y la comunicación. Y además, la Banca.


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