Artículo publicado en el diario ABC el 6 de agosto de 1999
Texto: Alfonso Ussía

Un grupo de escritores y periodistas, algunos de ellos brillantes e inteligentes, ha elaborado un comunicado de apoyo a Julia Otero titulado «En defensa de “La Radio de Julia” y de la libertad de expresión». El encabezamiento invita a no pasar de ahí y a renunciar a su lectura. Si no me equivoco, con el programa radiofónico «La Radio de Julia» ha sucedido lo mismo que con otros menos apoyados. Sencillamente, que no interesa a los nuevos propietarios de una cadena de radio. Nada que ver con la libertad de expresión. Se deduce del título del comunicado de apoyo a Julia Otero que prescindir de ella equivale a herir la libertad de expresión. Una bobada mayúscula. Julia Otero cuenta con muchos partidarios y otros tantos detractores, y tan legitimados están los gustos de unos como de los otros. No creo que el espíritu del comunicado sea la defensa de un puesto de trabajo perdido injustamente. El mercado es así, y a Julia Otero no le faltarán ofertas para seguir enarbolando el gallardete de la «libertad de expresión». Las grandes figuras de la radio -y Julia Otero lo es como continuadora directa del estilo de Encarna Sánchez-, no tienen, como sus colaboradores, el derecho de permanencia obligada en las empresas por las que son contratadas. Que los profesionales cercanos a Julia Otero lamenten la supresión de su programa en una cadena de radio es lógico. Que lo manifiesten mediante un escrito, comprensible. Pero que metan en el saco de su tristeza a la libertad de expresión, me parece más que sospechoso. Creo que la sustituirá Marta Robles, que es otra estupenda profesional. Según los firmantes, Marta Robles no garantiza la libertad de expresión. Sectarismo puro con tintes -más bien machacones- ideológicos.

Ninguna figura de la radio es víctima de nadie, excepto de sí misma. No queda Julia Otero en la indigencia. Ha trabajado a su manera, con ahínco y provecho, y se merece cuanto ha obtenido. Se lo ha ganado día a día. Pero esa victoria no le concede el derecho a no ser despachada. Julia Otero no es un dogma, por mucho que guste del dogmatismo. Tampoco lo son los grandes indiscutibles, como Luis del Olmo, Iñaki Gabilondo o Carlos Herrera. Por otra parte, no se puede decir que Julia Otero haya sido un modelo de equilibrio ideológico. A Julia le gusta -y yo la aplaudo por ello- formar parte de una trinchera política. Lo ha reconocido muchas veces y se le han escapado pedorretas inaceptables. Así es la radio, inmediata y traicionera. «Me pregunto cómo una persona tan inteligente como usted puede pertenecer al Partido Popular», le soltó una tarde de reflejos atrofiados a un político del partido más votado de España. O sea, que de victimita, nada.

El mes de agosto es, en las cadenas de radio y televisión, el de los sustos y las sorpresas. En un mercado libre, nadie tiene su puesto fijo. Los gestores de Onda Cero tienen el mismo derecho de prescindir de Julia Otero que otros para contratarla. Pero la libertad de expresión no se siente ni ridículamente herida por prescindir de su colaboración. Eso son pamplinas.

Nadie regala nada, y con esto pretendo dejar claro que Julia Otero ha alcanzado un lugar de privilegio en la radio española a fuerza de trabajo y profesionalidad. De ahí a exigir la clamorosa y unánime aceptación de su estilo y métodos media un largo trecho y un hondo barranco. Como colaborador de Luis del Olmo en diferentes empresas, estoy legitimado para lamentar que una determinada cadena radiofónica prescinda de su programa, pero no para clamar al cielo adjudicándole la propiedad de la libertad de expresión.

Cuando fui expulsado de la Cope por criticar a un obispo, lo acepté y comprendí. No me consideré una víctima de la censura. Mi libertad de colaborador no prevalecía sobre la libertad de los empresarios. Yo hice uso de la mía y ellos de la suya. Así de sencillo. Julia Otero deja su programa en Onda Cero. Pues no pasa nada.


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