Editorial del 31 de marzo de 2016

El conjunto de las administraciones públicas españolas, o sea, toda la maquinaria del Estado, gastó el año pasado 56.600 millones más de lo que ingresó.

O sea, España cierra 2015 con un déficit un punto por encima de lo pactado con Bruselas. Esa cifra dinamita todas las previsiones que hasta hace poco más de un mes, el gobierno presumía que iba a cumplir. Pues no: si el déficit al que se comprometió con los hombres de negro fue del 4,2, al final ha sido del 5,16.

Montoro, fiel a su estilo, ha pasado de la “herencia recibida” del 2012 a “la culpa es de las comunidades autónomas”. El caso es no ser nunca responsable de los incumplimientos flagrantes.

Aunque el asunto de las cifras macroeconómicas no resulta muy entretenido como tema de conversación, es sin duda la más importante información del día. Bruselas está esperando en jarras al próximo gobierno, que sea quién sea, se va a encontrar con una herencia económica delicada y con un presupuesto general tramposo para todo el 2016 que ya en diciembre Europa consideró obsoleto. Que no le pase nada. Al gobierno que venga. Y, sobre todo, a los españoles. Y si volvemos a las urnas, no nos dejemos engañar: no hay dinero para ninguna promesa.


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