Editorial del 4 de marzo de 2016

El asunto escandaloso del día lo protagoniza el expresidente del Brasil, Lula da Silva, quién en una espectacular operación de la policía federal brasileña, ha sido detenido como sospechoso de participar en una trama corrupta que tiene su epicentro en la petrolera Petrobras, la petrolera estatal de la que habrían sido desviados hasta 3 mil millones de euros entre 2004 y 2012.

¿Se trata de financiación ilícita del Partido de los Trabajadores? ¿Ha habido también enriquecimiento personal? La izquierda sudamericana asiste estupefacta a esta operación de gran calado contra uno de sus mitos políticos.

A nadie se le escapa que los efectos de esta corrupción de grandes proporciones sobre el actual gobierno brasileño de Dilma Rousseff puede ser devastadora. De momento, Lula da Silva, que tenía esperanzas de volver a ser candidato, dice que todo es una conspiración para impedirlo. “Si es el precio que tengo que pagar, lo haré y probaré mi inocencia” ha dicho.

Igual es la verdad. Pero con la experiencia de la que disponemos en España, ese estribillo de “me persiguen injustamente” ya sabemos como suele acabar.


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