Editorial del 8 de febrero de 2016

Este es un país de excesos. En los últimos años hemos asistido a escándalos de corrupción colosales con sus responsables paseando por las calles como si tal cosa. Que levante el dedo el que no haya pensado y verbalizado alguna vez “Y aquí no pasa nada”.

El exceso sigue cuando se mete en la cárcel a dos titiriteros por haber puesto en pie un espectáculo de mal gusto, además de delictivo, y sobre todo, no apropiado para los niños que tenían como público.

Manuela Carmena no se ha escondido -nunca lo hace- y ha salido este mediodía a pedir perdón por el “espectáculo deleznable y violento programado para los niños” y por haber “estropeado el carnaval madrileño” con este asunto. No se le puede pedir a la alcaldesa nada más puesto que fue su policía municipal la que primero intervino y detuvo a los titiriteros y es el ayuntamiento madrileño el que interpuso la primera denuncia. Si hay que reclamarle que no le tiemble el pulso y cese al que se equivocó o no hizo correctamente su trabajo. Si la contratación en última instancia corresponde a la concejalía de cultura, la señora Celia Mayer, debería haber tenido ya el detalle de irse a casa y ahorrarle la vergüenza a su alcaldesa. Digamos que la nueva política tampoco sabe dimitir, como la vieja.

Dicho eso, que dos cómicos de cuarta división lleven 3 días en la cárcel por un espectáculo -por repugnante que sea- demuestra que la justicia, cuando quiere, es muy rigurosa. Tanto, que no entendemos su delicadeza en el trato a los grandes delincuentes económicos que han asolado este país.


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