Editorial del 21 de diciembre de 2015

Cuando lo viejo no acaba de morir ni lo nuevo acaba de nacer, es cuando la encrucijada es más endemoniada. De acuerdo, el resultado de las elecciones pone las cosas difíciles a los líderes nuevos y a los líderes viejos, pero iba siendo hora de que los políticos hicieran política y no solo hooliganismo acrítico.

“Haga como yo, no se meta en política” decía aquel, pues ahora toca todo lo contrario, hacerla a lo grande, con capacidad de escuchar, de rebajar pretensiones si rebajan las suyas los demás, buscando el bien general y no el del partido y, lo más importante, haciendo pedagogía con el electorado propio. Los electores no somos una masa idiotizada, todos sabemos que el partido al que votamos nos traicionará de una u otra manera, porque si no el acuerdo es sencillamente imposible y España ingobernable. Los ciudadanos han aguantado muchas veces el incumplimiento parcial o completo del programa electoral ganador, así que ya hay callo para hacer frente a otras concesiones. Así que nadie se ponga estupendo en nuestro nombre.

España puede parecer aturullada, pero sabe lo que no quiere: no quiere que sea la clase media la que siga pagando la factura, ni soporta ya más tanta impunidad ante la corrupción, ni jueces nombrados a dedo, ni ruedas de prensa sin preguntas, ni aforamientos a gogó... como el que tendrá un diputado por Segovia, al que no han encontrado para exigirle la renuncia.

No hay prisa, nos podemos tomar un par de meses. Pero no vengan a decirnos que nos equivocamos al votar y tenemos que repetir. A ver si están a la altura.


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