Editorial del 15 de junio de 2015

El sábado por la mañana España se levantó sin saber quién era Guillermo Zapata y este lunes se ha levantado preguntándose a qué hora se produciría su dimisión o su cese.

No tenía otra alternativa el fugacísimo concejal de cultura de Madrid que la de dimitir o ser cesado por la nueva alcaldesa de la capital, Manuela Carmena. Si anoche en la Sexta la exjueza ya dio señales de estar pensando en prescindir de su joven concejal, el encuentro entre ambos este mediodía ha expedido el camino a la sensatez. Él dimite, ella acepta la dimisión y toda la izquierda que vivió con enorme ilusión un cambio histórico en la capital, respira hondo tras 48 horas de amargura.

Igual Madrid pierde un buen concejal de cultura, eso estaba por ver, pero desde luego no era tolerable ni digerible lo que Zapata escribió en su twitter hace 4 años. Hay frases o comentarios que una persona con la mínima empatía nunca haría en privado. No digamos, escribirlo y hacerlo público en una cuenta de twitter. O se es de baja catadura o de criterio escaso. Ninguno de los dos supuestos es aconsejable para un cargo público.

Dicho eso clarísimamente, resulta sorprendente que algunos de los que se han rasgado más las vestiduras sean personas públicas que acumulan razones para estar donde Zapata, en su casa.


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