Editorial del 8 de abril de 2015

24 horas antes de que Grecia deba pagar una deuda de 450 millones de euros al FMI, el primer ministro griego, Alexis Tsipras se ha ido a Moscú de visita oficial. El flirteo estratégico de Putin con Tsipras o Tsipras con Putin despierta muchos recelos en Bruselas. Por mucho que el ministro de Finanzas, Yanis Varoufakis haya asegurado que Grecia va a pagar sus deudas.

La mosca tras oreja de las cancillerías europeas lleva un soniquete de dudas. ¿Puede Rusia rescatar a Grecia? ¿O puede hacerle un buen descuento en el precio del gas? ¿O incluso levantarle el veto a los productos agrícolas griegos? ¿A cambio de qué?

En la situación delicada en que se encuentran los griegos, ¿es legítimo que busquen una salida económica aliándose con el que Europa considera su enemigo?

Rusia sigue castigada por la política de sanciones de Bruselas y, desde luego, sería un éxito de Putin agrietar la unidad europea por el flanco griego. Tsipras está obligado por su palabra electoral a superar las condiciones de vida de sus ciudadanos.

Aunque la empatía no goza de muy buena reputación en las relaciones internacionales, sería bueno que todas las partes implicadas supieran ponerse en la piel del otro. Igual a Bruselas le ha faltado piel, que diría Floriano, respecto a Grecia.


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