Editorial del 20 de marzo de 2015

El Fondo Monetario Internacional ha enviado sus emisarios a Islandia y han dado cuenta del, podríamos llamarlo, "milagro islandés". Resulta que el país que dejó caer a sus bancos, que desoyó las recetas de austeridad, que defendió a capa y espada el modelo nórdico de bienestar social, que subió los sueldos -solo este año pasado un 6%- ese país está a punto de superar las cifras macroeconómicas previas a la crisis.

En 2013 creció un 3,5, el año pasado un 1,8 y para el 2015 el FMI tiene unas magníficas previsiones de un crecimiento del 3,5%. Su sector bancario se ha recuperado y el índice de paro es el más bajo de Europa, un 4%.

No puede decirse que sea un país industrial, vive básicamente de la pesca y el turismo. En definitiva, que el país que perdió el 8% de su riqueza a finales del 2008, es hoy una economía pujante, una de las mejores de Europa según el FMI. O sea, hay otra forma de hacer las cosas, por más que gasten todos los esfuerzos en hacernos creer lo contrario. También es cierto que Islandia está llena de islandeses, esos ciudadanos capaces de juzgar y meter en la cárcel a los malos gestores de lo público.


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