Editorial del 10 de noviembre de 2014

2.305.290 personas fueron ayer a votar en Cataluña: algo más del 80 por ciento dijeron sí a la independencia; el 4,5% acudieron para decir No a la independencia y el 10% a manifestar que no quieren la independencia pero sí otra forma de relación con el Estado. El porcentaje restante se reparte entre nulos, blanco u otras.

Hasta aquí los datos. Ahora viene la gestión y digestión de los mismos. Lo grave es que según a quién se escuche, los comensales parecen haber comido platos distintos. Unos hablan de éxito clamoroso y otros de fracaso claro. Cada parte aporta sus conclusiones inapelables pero pocos hacen el ejercicio de cruzar datos y ver el de los otros, no fuera que tuvieran razón y hubiera que ponerse a pensar argumentos más sólidos.

Por ejemplo, presumen los independentistas de haber logrado el 80% de los votos pero no reparan en que supone solo un tercio del censo catalán. En el otro lado, el gobierno habla de fracaso ante un 35% de participación, obviando que ellos tienen mayoría absoluta con el 31% del censo español.

La realidad es compleja y no se puede despachar en tres frases huecas. Llegó el día después y todo vuelve a estar como antes. Ni se puede llamar borregos a dos millones trescientas mil personas, ni olvidar a los más de tres millones que no se pronunciaron.


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