Editorial del 27 de mayo de 2014

Dentro de una hora empezará en Bruselas una cena informal en la que los jefes de Estado y de gobierno de la Unión Europea analizarán el resultado electoral.

Digeridos, presuntamente, los datos domésticos de cada uno de los países, los jefes de gobierno deberán hacer análisis global de como queda el parlamento europeo entre antieuropeístas, euroescépticos, populistas de todo pelaje y  derechas e izquierdas radicales. Aunque los europeos hayamos elegido a los 751 representantes, serán los líderes -entiéndase Merkel- quién propondrá el candidato a presidir el ejecutivo comunitario.

De todos los jefes de Estado, ha sido Hollande el que primero reconoció que solo una política encaminada hacia el crecimiento, el empleo y la inversión hará posible reorientar una Europa que -según sus palabras- “se ha hecho ilegible, lejana e incomprensible para los propios Estados”.

Parece un diagnóstico lúcido aunque peca de tomar la parte por el todo. No es que los Estados no entiendan lo que está pasando. Eso parece ocurrirle a los que gobiernan. Es que la política convencional vive alejada de los ciudadanos a los que dicen representar. Harían bien en plantearse si los ilegibles son ellos, los que toman las decisiones.


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