Editorial del 20 de marzo de 2014

Si ayer el dos de la trama Gürtel, Pablo Crespo, exculpó en su declaración ante el juez Ruz a Álvarez Cascos y Luis Bárcenas, cuya identidad -dijo- nada tiene que ver con el PAC o Luis el Cabrón de la contabilidad de Gürtel, hoy, ha sido el jefe de la trama corrupta, Francisco Correa y su hombre en Valencia, el Bigotes, perfectamente coordinados, los que simplemente se han negado a declarar.

Correa no pisaba la Audiencia desde su detención por orden de Garzón en el 2009 y esta mañana se ha permitido la licencia de responder a los periodistas que “si no declaraba era por pérdida de confianza en la Sala”.

Una cosa es que cualquier acusado de corrupción niegue las evidencias y manifieste a los cuatro vientos su inocencia, y otra que nos hagan pedorretas cada vez que abren la boca. Que un corrupto no se fie de un juez, es un cachondeo propio de quién llega al tribunal en un coche de alta gama, engominado y sonriente y se despide de los periodistas con un “hasta luego, chicos”. Un estilo inconfundible, que hemos visto en toda la saga del Padrino.


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