Editorial del 19 de febrero de 2014

Cuando las fuerzas encargadas del orden causan con su actuación 26 muertes, deben dejar de considerarse como tal y pasan a convertirse en fuerzas de represión.

En Kiev, Ucrania, la violencia de los enfrentamientos entre opositores y policía sigue llenando también los hospitales de heridos –casi 1000, entre los que figuran decenas de policías y algunos periodistas.

La calma tensa que se respiraba en Ucrania desde la dimisión en bloque del gobierno y la marcha atrás en leyes como la que pretendía convertir en ilegales y criminales todas las protestas y manifestaciones populares, estalló ayer con el sangriento balance conocido.

El presidente Yanukovich insiste en considerar delincuentes a los líderes de la protesta y promete llevarlos ante la Justicia. Europa, esa vieja dama capaz de empolvarse la nariz mientras a su puerta se desmoronan todos los derechos, ha convocado reunión urgente para mañana. La idea es sancionar al régimen de Kiev por la brutal represión. Solo el ministro de exteriores sueco ha llamado a las cosas por su nombre al decir que Yanukóvich tiene las manos manchadas de sangre. Cuando una policía dispara a su pueblo y protege al poder corrupto, Europa no puede seguir haciéndose la manicura.


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