Editorial del 11 de diciembre de 2013

El ministro de Hacienda ha garantizado esta mañana que mientras él siga siendo el responsable de esa cartera no “se volverá a producir ni una filtración más de ningún procedimiento administrativo que tenga abierto la Agencia Tributaria”.

La palabra de los políticos no goza de muy buena reputación pero sería deseable que una afirmación, al menos sobreviviera a la propia sesión parlamentaria en la que fue pronunciada. En el caso de Montoro, a menudo no es así. Hoy mismo, después de garantizar que no habrá filtraciones ha asegurado que los medios que le critican son los que tienen deudas con Hacienda y problemas fiscales.

Una vaga acusación, que se suma a otras anteriores contra actores, deportistas, actores, periodistas, tertulianos e incluso diputados. Eso sí, se niega a responder en la Cámara a por qué han cesado a una inspectora y luego ha dimitido su jefe jerárquico, tras haber impuesto el pago de 450 millones a una cementera que manifestó perder dinero incluso en los años del loco ladrillo español. Es verdad que el descrédito de la Agencia Tributaria es letal. Pero ¿Quién lo propicia?


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