Editorial del 12 de diciembre de 2012

“Gobernar es a veces repartir dolor” ha dicho esta mañana el ministro Gallardón, una forma dramática de asumir la dificultad de gobernar cuando la hucha está vacía.

Pese a que se ha instalado la idea de que no hay otra forma de enfrentarse a la crisis que la marcada por Alemania, o sea la que lleva la impronta neoliberal, tenemos el ejemplo vecino de Francia.

El socialista François Hollande, tan conminado como el resto de gobernantes europeos por las recetas Merkel, ha decidido desmarcarse y se compromete a crear 100.000 contratos de inserción para jóvenes sin cualificación entre los 18 y 25 años. Contratos con sueldo de 450 euros mensuales, que son pocos pero que son más de lo que tienen ahora. 2500 millones de euros prevé gastar el gobierno francés en esa partida y en aumentar un progresivo 10% el subsidio mínimo que cobran más de un millón de parados franceses.

Por cierto, que en Francia el nivel de la pobreza se mide en 965 euros al mes. La derecha francesa ha puesto el grito en el cielo -piden rebajas de impuestos para los empresarios, en lugar de subvenciones a los parados- y la izquierda, también, al considerar una miserable limosna lo prometido por el gobierno socialista.

En todo caso, Hollande mantiene el pulso a la canciller alemana. También es verdad, que ellos no han tenido que pedir dinero europeo para su banca.


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