Editorial del 4 de octubre de 2010

Como vamos a pasarnos buena parte del programa hablando de política, permítanme empezar rindiendo tributo a un médico de 85 años al que esta mañana han concedido el premio Nobel. Más de cuatro millones de familias en todo el mundo habrán celebrado que, por fin, el científico que consiguió hace 42 años fecundar el óvulo de una mujer fuera de su cuerpo tenga el más grande reconocimiento científico. 4 millones se calcula que son los bebés-probeta que han nacido en el mundo.

Robert Edwards, ya muy anciano y hoy con salud precaria, culminó su trabajo de investigación en la Universidad de Cambrige haciendo posible lo que en 1968 parecía de exclusiva labor divina, nada menos que crear el primer embrión humano en un laboratorio. La infertilidad humana es alta, cada vez más y la revolución originada por esa nueva posibilidad científica, convirtió en padres a millones de parejas cuya opción de procrear por sí mismos, era inexistente.

Tuvo que pasar una década hasta que el doctor Edwards implantase un embrión en el útero de la mujer de la que había extraído un óvulo. Así nació Louise Brown, la primera niña “in vitro” del mundo. ¿Por qué 10 años de espera? Pues, por lo de siempre, por lo de ahora mismo en algunos lugares con las células madres, es decir, por acusar a los científicos de querer suplantar a Dios. 40 años después Dios sigue existiendo o no –según quién se pronuncie-, y cuatro millones de niños que no hubieran nacido están entre nosotros.


Política de Privacidad Política de Cookies © 1998-2024 juliaotero.net