Editorial del 19 de abril de 2010

El libro de estilo del político corrupto o presuntamente corrupto –por referirnos también a los que aún no han sido juzgados- es siempre el mismo.

Punto número 1: cuando aparece como sospechoso, dice que “está muy tranquilo”, que todo se aclarará, y que no tiene nada que ocultar.

Punto número 2: cuando la realidad tozuda llega al ámbito judicial y el presunto se ve señalado por la justicia, entonces dice desconfiar de ella, saca pecho y empieza a acariciar la teoría de la conspiración. El discurso se mantiene: soy inocente y lo demostraré, con variantes tipo, “estoy deseando ir a declarar”.

Punto número 3: las evidencias van a más, ocupan tinta y espacio en los sumarios judiciales y entonces nuestro protagonista imaginario, muy digno, tiene un gesto: abandona su militancia pero mantiene su puesto, o sea, deja el lugar en el que paga pero sigue en el que cobra. Un sacrificio en toda regla.

Punto número 4: El ruido es tal y la presión tan atmosférica, que nuestro hombre abandona el puesto con una sola y noble finalidad, “defenderse mejor”. Y por supuesto se hará la víctima con frases tipo, “han destruido mi futuro”, “han destrozado a mi familia”.

Punto número 5: llegado el juicio y tal vez la sentencia condenatoria, nuestro prototipo corrupto dirá que acata pero que no comparte y que recurrirá.

Y Punto número 6: Varios años después, 4, 5 o 6, un tribunal superior confirmará la sentencia y el asunto aparecerá en páginas interiores. El nombre del condenado a duras penas será recordado, y en todo caso, ya no le importa a nadie.

Eso sí, por en medio, miles de personas se habrán ido a la playa el día de las elecciones.


Política de Privacidad Política de Cookies © 1998-2024 juliaotero.net