Editorial del 15 de septiembre de 2009

Cuando los que tienen que controlar a los estafadores se convierten en chorizos, entonces la corrupción campa a sus anchas y contamina para siempre la reputación y credibilidad de un organismo como la Agencia Tributaria, que debiera ser intachable.

Esta mañana ha empezado en Barcelona un macrojuicio por la trama de corrupción en Hacienda destapada hace más de una década.

Lo más granado del empresariado catalán de la época –entre ellos el inefable Javier de la Rosa y el expresidente del Barça, Josep Lluís Núñez- compraron al jefe de la Inspección de Hacienda en Cataluña y a algunos inspectores para que hicieran la vista gorda. Jose María Huguet, jefe de la agencia tributaria, y sus secuaces, tres inspectores, los mismos que probablemente perseguían a simples ciudadanos que tal vez olvidaron declarar cuatro pesetas, miraban para otro lado cuando los “ejemplares empresarios” defraudaban a lo grande cifras de muchos ceros. A cambio, los finos empresarios les ponían pisito a precio de risa o les ingresaban en suiza unos milloncitos muy majos.

En total, 16 imputados entre empresarios, abogados e inspectores. Sobre ellos cae desde hoy la petición de la fiscalía de 126 años de cárcel.

Soborno, cohecho, prevaricación, falsedad documental... El rosario de delitos es un festín. Cabe esperar que no ocurra lo que esta mañana el abogado de uno de los elegantes chorizos ha pedido, que se acabe el juicio porque los delitos han prescrito. Estaremos muy atentos: demasiadas veces, a los ricos y poderosos, les prescriben las fechorías. Los Albertos son un ejemplo que tenemos en la cabeza.


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