Editorial del 13 de julio de 2009

Este mediodía se ha producido una noticia que nos ha sobrecogido. El bebé que vino al mundo por cesárea cuando su madre, Dalila, estaba al borde de la muerte - fue de hecho la primera víctima en España de la gripe A-, el bebé prematuro que no se contagió de su madre y cuya vida parecía garantizada, ha muerto esta mañana. O mejor dicho, lo ha matado “un terrorífico error médico”, según palabras del director del hospital Gregorio Marañón de Madrid. Está claro que el pequeño Rayan no será la primera ni la última víctima de una negligencia médica con consecuencia de muerte. Sin embargo, hay errores y horrores. El cometido con Rayan es eso, un horror. Porque llueve sobre mojado y porque en la historia de la pediatría no se recuerda nada parecido.

La leche especial que el pequeño estaba recibiendo por vía nasogástrica, o sea por una sonda hasta el estómago, fue conectada directamente a su torrente sanguíneo a través de un catéter. “Es una gravísima negligencia que no tiene excusa” ha dicho Antonio Barba, director del hospital, y con razón, porque incluso una persona sin ningún conocimiento médico distinguiría una bolsa blanca con leche cuyo destino es el estómago, con la de cualquier suero transparente con destino endovenoso. Eso nos han dicho expertos pediátras a los que hemos llamado para intentar comprender lo ocurrido. Y añaden que no sólo no es comprensible lo ocurrido, sino que hasta hoy, hubieran dicho que era imposible. Lo dicho, estamos sobrecogidos.


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