Editorial del 10 de junio de 2009

“Se nos remueve el estómago”. Lo ha dicho un responsable de Comisiones Obreras en Valencia. Y tiene razón, el estómago se le remueve a cualquiera que conozca la historia. A cualquiera menos al delincuente coprotagonista de la noticia. Les cuento: un boliviano que trabajaba sin papeles en una panadería industrial de Real de Gandía –Valencia- tuvo un accidente grave el pasado 28 de mayo: una máquina de amasar le cortó el brazo izquierdo. El patrón lo subió al coche y lo soltó a 200 metros de un hospital, después de advertirle que no dijera ni pío sobre cómo fue el accidente. El joven boliviano aguantó, pero los médicos vieron algo raro y llamaron a la policía. Al final confesó y fue la propia Guardia Civil la que se presentó en la panadería industrial en busca del miembro amputado. Lo hallaron en un contenedor, allí donde lo había tirado el empresario. Todo el mundo sabe que un miembro amputado puede tener una segunda oportunidad si se actúa con cuidado y rapidez. Pero el jefe prefirió que un pobre hombre se quedase sin brazo, a que a él le cayera una multa. A todo esto el inmigrante trabajaba allí desde el 2007, mucho antes por tanto de que llegase la crisis. Un caso puro y duro de explotación según Comisiones e incluso según la Guardia Civil que va a personarse de oficio en la causa. Por cierto sabemos el nombre de la víctima, Franns Rilles Melgar... Pero no el nombre del que “nos remueve el estómago”.


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