Editorial del 5 de junio de 2009

La campaña electoral se acaba. Esa es la buena noticia. La mala, que no parece haber despertado las ganas de votar a la inmensa horquilla abstencionista que todos los sondeos pronostican. El entusiasmo europeísta, que nunca fue enorme, se bate en retroceso, elección tras elección. El promedio europeo de participación está en el 45’5 %, siempre por debajo del interés que suscitan las elecciones a los parlamentos nacionales.

Tres consideraciones en modo de preguntas a 8 horas de la jornada de reflexión:

Primera. La crisis económica ha puesto en apuros a todos las cancillerías europeas. ¿El resultado del próximo domingo será un trailer de lo que ocurrirá en las proximas elecciones de cada país?

Segunda. De confirmase la abstención histórica, ¿Hay riesgo de revuelta social? ¿Puede convertirse la apatía en protesta más o menos violenta en un futuro próximo si no levanta cabeza el empleo?

Y tres. Si a menor participación, más ultras y más radicales van a sentarse en el parlamento europeo –como nos demuestra el caso holandés- ¿Vamos a quedarnos tranquilamente en la playa tomando el sol?


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