A los pasajeros que se dieron un madrugón el martes en Sevilla debió hacerles poco gracia el inquietante anuncio del comandante. Es fácil hacer guasa a toro pasado pero parece mentira que tanta gente cuerda no sospechase que un secuestro tan impresentable sólo podía ser obra de un loco o de un programa de televisión de esos graciosos. Que el secuestrador gritara su nombre y apellidos y les dejase usar tranquilamente sus móviles debió parecerles una buena táctica intimidatoria, al fin y al cabo tenía pinta de moro y hablaba raro, cosas del seseo sevillano, se supone. Que un árabe quizás integrista islámico, quisiera aterrizar en Tel Aviv no despertó al parecer la carcajada general. Claro que, quien más quien menos, tenía su atención puesta en el party-line: unos hablando con la familia, otros por la radio y doña Soledad respondiendo a la llamada de Aznar. "El presidente está con nosotros" cuentan que dijo, y acto seguido, ya que el Señor está con su espíritu, se encomendó a la Virgen de los Reyes. Al pasajero que llamó a Onda Cero sólo le faltó, como en la guerra de Gila, poner al teléfono al secuestrador.

Completa el sainete las declaraciones del inspector Sagaseta que confesó llevar calzoncillos de florecitas y temer por su reputación si el secuestrador le obligaba a desnudarse para comprobar que no iba armado. "No quería hacer el ridículo en la televisión", dijo cuando todo acabó. Este episodio, junto al de Bartolín, constituye un auténtico homenaje al mejor cine de Berlanga. Fueron cuatro horas de incertidumbre pero los pasajeros españoles soportamos a veces esperas tan largas sin que nadie llame loco al responsable y sin que Aznar telefonee para darnos ánimos.

Julia Otero
Periodista


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