Habría que levantar un monumento al militante socialista desconocido. Desde el triunfo en el 93 de Felipe González han debido desarrollar un sistema inmunológico con que defenderse del escarnio y el insulto. El día siguiente de aquellas elecciones fueron convertidos por las lenguas que todos sabemos en ladrones y asesinos por delegación. En las últimas semanas, los mismos, les han llamado cretinos con todas las posibilidades que ofrece el castellano. La vieja historia del voto cautivo, tan humillante para quienes iba dirigido como esclarecedor del talante de los acusadores. Pero hete aquí que desde el viernes la sufrida militancia socialista ha recibido de estos caballeros toda suerte de elogios porque, al fin habían votado como debían. Ahora procurarán dividirles y atosigarles, que una cosa es celebrar la derrota de Almunia por lo que representa y otra que Borrell ponga en peligro al inquilino que tanto les costó llevar a la Moncloa. El estoicismo de las bases del PSOE no acaba ahí. En su propia casa les han amenazado con el abismo si se equivocaban, les dieron libertad pero sólo faltó que les advirtieran que ojo con el libertinaje. Tanto halago a las bases puede sólo empañarse en Cataluña si alguien da un paso más y considera al ochenta y tantos por ciento de los militantes del PSC como catalanes dudosos por votar a Borrell. Es sabido que el honorable recela de los catalanes que gustan a los españoles. Es más útil un presidente de Valladolid.

Esa militancia ilusionada que vuelve a decir sin vergüenza que vota socialista debe prestar aún otro servicio: actuar de celestina entre el secretario general y el candidato. Los matrimonios de conveniencia tienen tan mala prensa como eficacia.


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