Si los asesinos de Anabel Segura fueran americanos y hubieran cometido su crimen espantoso en Texas probablemente serían condenados a morir. Si Karla Faye Tucker fuese española y hubiese asesinado aquí a su ex amante y a la novia de éste, hoy, quince años después de su doble crimen, pronto saldría de prisión. Si embargo, Karla fue ejecutada ayer, y los asesinos de Anabel empiezan hoy su cuenta atrás hacia la libertad. La vida es una arbitrariedad que depende de dónde, cómo, cuándo y en qué circunstancias "nos nacen". ¿Es mejor la justicia americana que la española? ¿Es mejor la americana de hoy que la de 1972 a 1976, en que se abolió la pena capital? ¿En manos de quién dejamos la decisión del límite de la violencia legal, la que practican los estados? Sólo hay dos respuestas a esta pregunta. O nos entregamos a la voluntad de la mayoría (lo que ocurre en Estados Unidos) o lo dejamos en manos de nuestros representantes políticos (lo que pasa en Europa).

No hay en el Parlamento ni un solo diputado que defienda la pena de muerte, lo cual no significa que el cien por cien de los españoles opinen lo mismo. Es más, las pocas veces que se sondea al respecto a la población, el resultado es estremecedor, aunque no se alcance ese aplastante 77 por ciento de los estadounidenses partidarios del ojo por ojo. En la vieja Europa la clase política actúa de hígado del cuerpo social, digiere la ira colectiva y neutraliza el carácter a veces tóxico de sus emanaciones.

En ese sentido, el gobernador de Texas, George Bush junior no es mejor ni peor que sus gobernados. Sólo es un hombre obediente. Que se limita a representar a su electorado. Es la democracia con cirrosis.

Julia Otero
Periodista


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