Si las ideas se construyen a base de palabras y, como dijo Nietzsche, no podemos pensar si renunciamos a hacerlo en la cárcel del lenguaje, convendremos en que nada nos delata más que los vocablos que escogemos para expresarnos. Cuanto más delicado es el asunto sobre el que debemos pronunciarnos, más esmero hay que invertir en la selección justa de las palabras. Y no hablemos de aquellos, condenados por su oficio, a no poder decir lo que saben o creen. Busquen hoy mismo en este u otro diario las declaraciones de cualquier político y vean cuán encarnizada es a veces su lucha con el lenguaje para usarlo sin apenas decir nada.

Asistimos estos días al uso generalizado por parte de políticos y periodistas del concepto "contravigilancia", ese asunto bochornoso que nos tiene tan entretenidos mientras ETA escoge la próxima víctima. ¿Por qué decimos "contravigilancia" cuando queremos decir "vigilancia doble"? Lo que se hace " a la contra" sólo puede significar lo opuesto o contrario al término al que se antepone, por eso el contraespionaje espía a los espías, y el contrabandista estafa a los del otro bando, el legal.

¿La Policía Nacional vigila en el País Vasco a los ertzainas que protegen los concejales del PP? ¿O lo que quiere decirse es que se les dobla la protección? Todos damos por entendido lo segundo, pero la elección desafortunada y, seguramente, nada inocente del término "contravigilancia" delata muchas cosas. Lo que tan concienzudamente protegen PNV y PP ¿Son algunas vidas o sus expectativas electorales? El recelo es mutuo. Los errores lingüísticos no son casuales, dejan al descubierto los políticos.

Julia Otero
Periodista


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