Más de una vez nos deben haber oído decir que querríamos ser suecas, por las diferencias de calidad de vida de que disfrutan las mujeres del norte de Europa, respecto a nosotras.

Hoy cuando nos hemos levantado y esta vez sin distinción de sexo, nos hubiera gustado ser holandeses.

No es la primera vez que nos hemos mirado en estos vecinos europeos con cierta envidia -que se lo pregunten a los gays o a los partidarios del testamento vital y la muerte digna.

Ayer, el primer ministro holandés y todo el gobierno, dimitió -si me permiten la expresión- por "vergüenza torera".

Hace 7 años, en el peor momento de la guerra de Bosnia, el gobierno holandés envió un contingente de cascos azules para proteger a la población civil musulmana de Sbrenica. Aquellos chicos tenían buena voluntad, pero una formación escasa y todavía menos medios, para impedir lo que pasó: es decir, que los serbios hiciesen la matanza más atroz en Europa desde la Segunda Guerra Mundial.

Holanda no es la culpable de la masacre de miles de personas, dijo ayer el primer ministro, son los serbios, pero como la comunidad internacional es anónima no puede asumir responsabilidades. "Yo sí que lo puedo hacer", dijo el Sr. Wim Kok... "y lo hago"...

Y se fue para casa. Es cierto que de aquí a un mes hay elecciones en el país y que el señor Kok ya no se pensaba presentar... Pero no tendríamos que sacarle méritos, méritos que por aquí son escasos o inexistentes.

Bona tarda. Comença La Columna.


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