Editorial del 31 de enero de 2012

Las cosas no son lo que parecen y las personas, a menudo, tampoco. El ministro del Interior, Jorge Fernández Díaz, con fama de pertenecer al ala más dura del PP, está dando en su departamento pruebas de inteligencia y pragmatismo políticos. En su primera comparecencia esta mañana en el Congreso ha perfilado, por ejemplo, una política penitenciaria individualizada para los presos de ETA llena de sentido común y visión de futuro. Puede que no guste a todos los suyos, pero es la que conviene a todos. Así que bien por el ministro Fernández Díaz.

En cambio, Alberto Ruiz Gallardón, que llegaba al gobierno, poco menos que con fama de izquierdista infiltrado, según muchos mariachis mediáticos extremos, ha disipado toda fama de centrismo en apenas unos días. Esta mañana ha desvelado que la ley del aborto volverá a los 3 supuestos de los años 80, en lugar de la ley de plazos en vigor desde el 2010. Creencias al margen, digamos algunas obviedades: la ley de plazos en vigor no ha aumentado la cifra de abortos. Aborta el mismo número de mujeres que con la ley anterior. Solo hay una diferencia: ahora las que se acogen a ella en las primeras 14 semanas no tienen que dar justificación alguna, y antes, el 95% tenía que inventarse unos riesgos psicológicos que un médico, también imaginativo, tenía que suscribir. O sea, mismo número de abortos pero considerando a las mujeres que pasan por ese trance como “menores de edad” que precisan tutela. Insisto, creencias al margen, esa es la realidad. Y si las tenemos en cuenta: harán bien las católicas en no seguir una ley que no es de obligado cumplimiento. Caramba con el centrista Gallardón.


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